jueves, 18 de diciembre de 2008

ACHAQUE *

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Están robando. Esos guachos están robando. Seguro que no me vieron.
¡Qué joda! Los dos están armados. Si salen y me ven, capaz que me curten a balazos. Por las dudas me pongo atrás del árbol. Ningún vecino, nadie. Ojala que venga el ómnibus enseguida. ¿Y si alguno se da cuenta? ¡Qué cagada! Voy a tener que meterme.
Andan a pié porque auto o moto no veo. A no ser que estén esperándolos ahí a la vuelta. En ese caso serían tres, o cuatro. Son muchos y yo estoy solo.
Pobre Pedro, tanto esfuerzo con el almacencito… ¡Justo a él tenían que venir a afanar! ¿Y qué mierda le van a sacar?
Podría correr hasta el muro de la Zulema y desde ahí los encaro cuando salgan… Pero qué mierda, si se arma me revientan. Con este revolver del tiempo de mi abuela ¿qué puedo hacer? Tengo solo cuatro balas, con esto no hago nada. Además, por unos pesos locos que le pueden sacar a Pedro...
¡Qué suerte, el ómnibus!

-¡Buen día!
- ¿Qué tal, todo bien?
- Todo bien.

Parecían menores. Hice bien. Llego a herir a uno y me como una cana bárbara con juzgado, televisión y todo. Pero también me la podían dar a mí. Estos guachos no miran nada. No me voy a hacer matar, no. La Negra no quiere un compañero muerto... ¿Y los gurises?... ¡Me muero! sin nada para comer, pidiendo por ahí. Lo poco que saca la Negra no les daría para nada.
Tengo que comprar más balas, pero me las cobran un huevo. Mañana se vence la cuota de la ropa de los botijas no sé si llegamos. Podría pedirle de nuevo al Lalo, capaz que me banca unos pesos.
Ese semáforo de mierda, siempre que uno anda apurado prende la roja, no se para qué, no cruza nadie.
¿Qué habrá querido decirme el Lalo la ultima vez, con eso de que si quisiera podría ganar mucha guita? Compra y vende chatarra. ¿Andará con el afane de cables para sacar cobre? ¡Que me importa, allá él!
Si hubiera hecho el Liceo como me decía el viejo, me podía conseguir otro laburo. ¡Qué lo parió! Para que lo habré dejado. Hijos de puta, me hicieron la cabeza con que podía llegar a ser un gran jugador de fútbol. No jugaba nada mal pero “negocios son negocios” y me cagaron.
Me voy a bajar en el kiosco a ver si me fían unos cigarros.

-¿Te bajas en esta hoy? Te dejo en la puerta si querés.
- No, dejá, voy hasta el kiosco.
- ¡Chau! Hasta mañana.
- ¡Chau!

¿Qué habrá pasado en lo de Pedro? Soy un garca. Cuantas veces atraqué contra boludos de otras hinchadas… contra aquel que le pegó el tiro al Pato Lemos… y eso que estaba con el fierro en la mano tirando para todos lados. Claro, no estaba la Negra y mucho menos los gurises. Tendría que dejar esto. Cualquier día me las tomo antes que un malandro me deje tirado.

- ¡Buen día!
- ¿Que tal?
- Doña, ¿no me fiaría unos cigarros hasta el lunes que viene que cobramos?
- No se haga problema.
- Gracias, le debo dos cajillas, con esta: tres.

Es una vieja linda, ¡lo que debe haber sido cuando joven!.
Cero uno, ocho, veinticinco… ¡Que números para el Cinco de Oro! Por eso no lo sacó nadie, el pozo debe ser grande para la próxima. Capaz que juego y en una de esas… Carlitos se fue sin túnica a la escuela, hay que comprarle una más grande. Con lo que traiga la Negra de la limpieza esta semana, le podemos pagar a Pedro lo que le debemos. Y justo ahora con este afane, seguro que va a necesitar la plata de las cuentas.

- Buen día Quique. ¿Alguna novedad?
- Si, y jodida. Vos y el botija nuevo, agarren el patrullero. El comisario dice que va enseguidita atrás de ustedes y que lleves libreta para informes. Tienen que ir hasta la esquina de tu casa, parece que mataron el almacenero.


Santiago Possamay
Dic.2008

* ACHAQUE: Achaco - (lunfardo rioplatense.) Asalto a mano armada, hurto, robo.

jueves, 24 de julio de 2008

EL ASTRONAUTA

Supe que no había quedado ciego y que todo era la falta de energía en el módulo cuando reconocí la ventanilla. Puntos luminosos con distintos colores y tamaños se movían en conjunto, lentamente, desde un borde a otro.

Intenté reconocer alguno de ellos. Lo hice como un juego pero en realidad se trataba de la búsqueda desesperada de una referencia astronómica en la inmensidad en la que me movía. ¿Una certeza? ¿Para qué? ¿Cómo podría acercarme o alejarme de un objeto celeste sin la dirección de un centro de control?

Desde que se había apagado todo dentro del módulo, no pude saber cuánto tiempo había transcurrido hasta el instante en que tomé conciencia de la inexistencia de los días y las noches. El tiempo, sin ese eterno comienzo y final, se había transformado en nada. La noción del mismo se me esfumó entre sueños y vigilia.

Me pensaba vivo y muerto. Sentía la angustia de saberme a la deriva por el espacio, flotando en el negro absoluto, en alguna parte del universo que nunca podré precisar.

Mi cabeza se transformó en un campo de batalla entre fantasía y realidad. La imaginación puso en mí ideas descabelladas. Fantaseé con formas de salvarme que al instante anulaba con la razón. Canté y me reí. Alternadamente fui creyente y ateo. Clamé por mi madre y maldije la tecnología. Lloré, lloré mucho.

En esa negrura, mi tacto se transformó en el más confiable de los sentidos. Reforzaba la conciencia de que aún vivía, acariciando los posabrazos o pasando la mano suavemente por los tableros de control.
No sentía hambre. Extrañamente tampoco sentía frío, lo que me hizo pensar que además del sistema que administraba el oxígeno, también funcionaba el de temperatura. Eso me produjo una fugaz alegría.

Escuché el silencio. Allí es su imperio. Sentí que me atrapaba imponiéndome una somnolencia que combatí jugando con los ruidos producidos intencionadamente con la respiración, o verbalizando el pensamiento.

Todo parecía una maléfica pesadilla. Para evadirme de ese portón a la locura, cerraba los ojos e imaginaba textos con mensajes, moviéndose como en una marquesina y proyectados en el aire más allá de mi frente. Eran de colores diversos. Me ilusionaba pensar que ese ejercicio era una transmisión telepática que alguien recibiría en alguna parte del universo.
“¿Hay alguien que capte esto? No puedo recibir. Si alguien toma mi mensaje: Estoy perdido en el espacio”.

Una luz inesperada que alcanzó para definir el rectángulo de vértices redondeados de la ventanilla hizo que pegara mi cara al vidrio tratando de encontrar la procedencia. Nada descubrí. El resplandor fue aumentando su fuerza y logré verme y ver nuevamente el interior de la cabina. Mi corazón se aceleró. Sentí ansiedad. Jugué unos instantes con mis manos como si tuviera la necesidad de comprobar visualmente sus movimientos. Me invadió un estado de euforia. Se había roto la oscuridad.

La luz siguió aumentando hasta enceguecerme. Percibí, o creí sentir en el centro de mi cerebro, un estallido como el de un metal golpeado por un martillo. Al instante, como en los sueños donde las imágenes no tienen consideración por la lógica, me encontré siendo parte de una rueda de adolescentes desnudos y extremadamente delgados.

Me observaban en silencio. Uno de ellos movió sus labios y los sonidos que emitió no los reconocí como palabras. Sin embargo, no sé cómo, comprendí la pregunta:
-¿Qué te sucede?
-Nada -contesté con ruidos palatales y nasales similares a los de la pregunta. No podía entender cómo pude comunicarme. Tenía conciencia de que era un astronauta perdido en el espacio y a la vez esa otra persona en un mundo que desconocía.
Sus cabezas estaban rapadas. Vi más aún: no tenían vello en ninguna parte del cuerpo. Instintivamente me toqué la cabeza y comprobé que tampoco yo tenía pelo. Miré mis manos y las vi jóvenes, sin las arrugas y marcas conocidas.

Por encima de las cabezas de los que formaban el grupo pude ver que estaba rodeado de una maraña de estructuras arquitectónicas como de vidrio, con diversas formas, unidas por puentes y tubos también transparentes por donde se desplazaban sin mover las piernas algunos seres similares a los que me rodeaban.

Una joven miró fijamente a mis ojos y su rostro palideció. Contemplé su cuerpo y quedé deslumbrado por su belleza. Extendió su mano derecha y apoyó suavemente su dedo índice sobre mi frente. Emitió un sonido parecido al silbido de un asmático, provocando que el resto de los jóvenes se acercasen y en abanico posaran sus manos en los hombros de la joven. Sentí rubor y un cosquilleo en el vientre y mis piernas. Luego me invadió el placer. Sentía que deseaba conservar ese estado provocado por el escaso contacto con la joven. Pero al instante, con el mismo misterio que llegué a ese mundo, volví al módulo.

Extrañamente se había restablecido la energía. Todos los controles estaban encendidos y oía la grabación automática que me proponía acciones para comunicarme con la base. Lo demás ya lo conocen ustedes: Me solicitaron que intentara dormir después de reestablecer el programa de mando en la computadora de a bordo. Me enviaron un módulo de acople para el rescate y aquí estoy frente a ustedes.

Ahora, mi urgente deseo, eminentes científicos reunidos por mi caso, es que me expliquen por qué, siendo el astronauta experimentado de 40 años, lanzado al espacio hace tanto tiempo y perdido en él por un error del Centro Espacial, tengo este cuerpo joven y de mujer.



Santiago Possamay – Setiembre 2007
Publicado en el libro anual correspondiente al 2007 del Taller Literario Las Musas.

lunes, 23 de junio de 2008

Himno.

El coro, guiándose por la música cascada que emitía un viejo pasadiscos, llegó al final de la última estrofa: “Saaabremos cumplir, saaabremos cumplir, sá…”

La sílaba de más impuso su presencia solitaria y los pómulos de Angélica dieron cuenta de su vergüenza.

Maestra joven, casi niña, sin experiencia en actos y fiestas de escuela, desconociendo aún los cuadernos de hojas arrugadas y manchadas de grasa, las moñas desflecadas y túnicas con remiendos de colores, le tocó elegir y dirigir el pequeño coro para ese día. Fue un privilegio otorgado por ser la novel maestra que llegaba con “nuevos bríos”, según su antecesora.

La presencia de un inspector en una escuela de campaña el día de cambio de maestra era todo un acontecimiento que demandaba se engalanara la escuela y se cantara el himno.

Ensayó varias veces escuchando atentamente las voces de los alumnos, eligiendo aquellos que a su entender tenían las voces “más lindas” y no se equivocaban en la letra. En tres días logró quitar “gallos” y tartamudeos pero no pudo evitar el estrago causado por los nervios de los niños el día del acto, ante la presencia de sus padres y el inspector.

El pequeño silencio generado por la sílaba solitaria se rompió con los aplausos. El momento de tensión desapareció.

Después de algunas palabras elogiosas hacia la maestra que se iba y hacia Angélica, por parte del inspector, hubo saludos y abrazos y los alumnos se lanzaron a un recreo espontáneo.
Padres y vecinos entregaron regalos a las maestras. Una gallina, una bolsa con frutas, galletas de campaña, yerba, un conejo, huevos, pasteles, una medallita de San Jorge y hasta flores para poner sobre la mesita que hacía de escritorio en el salón de clase.

Ese desfile de gente pobre que la saludaba y le hablaba casi a los gritos, le anunció a Angélica un futuro de sacrificio, ternura y solidaridad.

A la tardecita, sintiendo aún el abrazo emocionado de la maestra que se había marchado, pasó frente al busto de Artigas y mirándose las manos murmuró: Sabremos cumplir, General… ¡Sá!

Santiago Possamay
Octubre 2007

Lo que mata es la humedad.

Querida Fitia: Te escribo esta carta con la esperanza de que no sea la última. Quiera Dios que haya muchas más entre nosotras.
Anoche me sentí muy mal. Me asusté. Soy consciente de que puedo tener una recaída -al menos el médico me lo advirtió- y no tendría que asustarme por ello, pero lo de anoche fue más de lo esperado. Realmente me sentí morir.
Pero no es por lo de anoche que te escribo sino por todo lo de esta mañana. Me levanté con muchas ganas de vivir. El día amaneció espléndido, primaveral y sentí muchas ganas de ponerme linda. ¿A mi edad? Sí, ¿por qué no? Me puse el vestido azul con flores que tú conoces y me maquillé. Me solté el pelo como una joven de quince años disfrutando frente al espejo y salí. Al llegar al comedor: la gran sorpresa. Conocí a Setembrini. ¿Recuerdas que me hablaste de él cuando leíste “La montaña mágica”? Quizá no, pues han pasado muchos años. Es un hombre muy agradable. Me invitó a tomar el desayuno y tuvimos una larga charla.
Pero ya te hablaré más de él en las próximas cartas, pues quedamos en vernos nuevamente.
Quería contarte que al volver a la habitación, encontré a una enfermera limpiando el piso con un desinfectante de olor asqueroso, el guardarropas abierto sin nada dentro, la cama corrida y sin el colchón dejando al descubierto -¡horror!- una mancha de humedad donde habitualmente estaba el espaldar. Me acordé de tu recomendación: que por mi enfermedad debía cuidarme mucho de la humedad, pues ella era la que me estaba matando. Me asusté. Le pregunté por ello y no me respondió. Más aún: me ignoró. Siguió limpiando como si nada, incluso en un momento nos rozamos al pasar y me pareció que su brazo pasaba por dentro del mío. ¿Qué loco no? El médico y la jefa de enfermeras también me ignoraron por lo que, cuando termine esta carta, voy a la gerencia a preguntar qué es lo que pasa y a qué habitación llevaron mis cosas.
Te dejo hasta la próxima porque acaba de pasar Setembrini hacia el jardín y es como que se borraran las letras y se esfumara el papel. (No te rías) Besos: Delfina.


Santiago Possamay
Setiembre 2007

Mini-cuento II


Durante la dictadura uruguaya (1973 – 1985) miles de detenidos fueron encapuchados y trasladados a los centros de tortura. La capucha se transformó así en uno de los símbolos del terror.
La causticidad de algunos sacerdotes de la iglesia católica, destrozó más almas que las actitudes a las que llaman pecaminosas.


Confesión

La capucha es una noche, padre. El universo invertido. Nos vamos deshaciendo de a poco, muriendo. Con el correr de los días y los golpes el cuerpo desaparece de la conciencia. No hay antes ni después. Nada es seguro, ni aún los propios pensamientos. Se desea la muerte, se pide, se ruega pero no llega. Su presencia dilatada hace más tortuoso el camino. En esa oscuridad no penetra la fe, padre. No hay nada por detrás ni por delante. Deseé la muerte, padre y esa traición a la vida erosiona mi conciencia.

-Reza tres “Avemarías” y tres “Padrenuestros”.

Mini=cuento

Soldados estadounidenses, casi niños, fueron enviados a irak. Ríen, torturan, mastican chiclets,gritan y matan sin imortarles el ser al que destinan sus atrocidades. Recién cuando una explosión les arranca una pierna, un brazo o una bala los hiere gravemente, toman conciencia se su accionar.

Conciencia.

Pasó la mano por su rostro sintiendo una plástica humedad. Miró sus dedos y lo supo. Intentando limpiárselos rozó apenas el uniforme y encontró el hueco caliente. Allí los dejó. El pulgar de la otra mano martilló el arma. Lentamente movió el brazo hasta que la apoyó en la sien.

miércoles, 2 de enero de 2008

Tiempo.

Hoy me quedaré quieto por un instante infinitamente pequeño. En el lapso de inmovilidad me ordenarás que de cuenta de lo hecho contigo y me preguntarás que haré más adelante.

En ese relámpago de tu conciencia, tus ojos estarán mirando como el cielo se inunda de estrellitas coloridas que se abren en racimos luminosos, pero tus pensamientos estarán escudriñándome.

Querrás saber cual es la razón por la que solo me dejo ver en una arruga más de tu rostro o por que te he coronado de hebras plateadas que bajan por tu sien; por que lentecí tu andar y he serenado tu espíritu.

Te responderé con las caritas alegres y llenas de admiración de tus nietos, el brindis de los amigos, los abrazos de tus hijos y el beso enamorado de tu esposa, antes de retomar la marcha con el nuevo nombre que me has dado: Dos mil ocho.

Santiago Possamay. Mini-cuento creado para los amigos como "postal" de año nuevo.
31 de diciembre 2007

Caucuré

Caucuré

El silbato del tren acalló los sonidos de la selva. Todos los viernes, casi al medio día, pasaba por el túnel que la vegetación había formado a su desgano, sin emitir más ruido que los resoplidos de la máquina. Atravesaba Selva Negra en Valle Edén dejando una columna de vapor que se colaba al cielo a través de la copa de los árboles.

Subido a una rama del árbol que su bisabuelo Venado Grande había plantado en la ladera del Cerro Urubú, Caucuré seguía con curiosidad el trayecto zigzageante de la columna de humo, hasta que se perdía en el horizonte espeso. El humo era lo único que Caucuré conocía del tren de los viernes. Había sentido hablar mucho a su padre, su abuelo y algunos niños pero nunca lo había visto. Es que pasaba lejos y la vegetación cubría totalmente su trayecto. Algunas veces lo había intentado corriendo hasta la el lugar donde estaba la vía, pero al llegar, el tren ya se había internado en la espesura. Esta vez, el silbato lo alertó e hizo que subiera al árbol más rápido que de costumbre a tal punto que su madre, con un grito, le advirtió que tuviera cuidado.

El humo se fue haciendo lentamente vertical hasta quedar como una columna viva por encima de los árboles del valle. Caucuré, pensó que ésta era su oportunidad. Bajo del árbol tan rápido como pudo, corrió por entre la vegetación, esquivando, saltado, pasando por encima de troncos caídos, tratando de que su pequeña lanza no topara con las ramas en su frenética carrera. En Selva Negra no existían sendas o caminos pues no los necesitaban. Para Caucuré el laberinto verde en el que vivía no era impedimento para ir donde quisiera.

Llegó a una lomita cubierta de vegetación desde donde podía observar la vía del tren. Miró hacia arriba por entre los árboles, hasta constatar que el Sol estaba justo sobre su cabeza, para confirmar que se trataba del tren del “medio cielo” como solían llamarlo en Selva Negra.

Lo que le había contado su abuelo Siete Piedras hijo de Venado Grande sobre los trenes, hizo que tuviera algo de miedo. “Es un cascarudo fumador muy grande de patas redondas al que sigue una boa más grande que el río Um” - le había dicho su abuelo el día que Caucuré, viendo el humo que salía a través de la copa de los árboles, preguntó quien era el gigante que fumaba pipa mientras paseaba por la selva. “La boa se lo quiso comer y se le engancharon los dientes, pero el cascarudo es tan poderoso que la arrastra con todos los Charruas, gallinas, ovejas, chanchos, cimarrones, paquetes y valijas que la boa se tragó.”

Con su mano izquierda bajó lentamente una rama que le impedía ver con claridad mientras apretaba con su derecha la pequeña lanza. “Tiene la cáscara tan dura que nada hace flechas o lanzas por más que las hagas con la mejor tacuara o colihue” le había dicho su padre antes de que los hombres de a caballo del otro lado del río se lo llevaran obligado a la guerra.

Caucuré contuvo una exclamación. Quieto, imponente, resoplando vapor por entre sus patas redondas, allí estaba el enorme cascarudo negro.
Con gran sorpresa Caucuré vio que también allí estaba su abuelo Siete Piedras sentado en medio de la vía.
Caucuré se sintió confuso. Su abuelo había vuelto del viaje tan largo “como hasta el cielo” del que le había hablado su madre pero... ¿Qué hacía sentado en la vía delante del tren? Tal vez estaba cansado del viaje y se había sentado a descansar. No tenía tiempo para pensar, era su abuelo y el cascarudo gigante estaba a punto de comérselo. Unas lágrimas anunciaron un impulso irresistible. Bajó corriendo hasta la vía gritando: ¡Abuelo! ¡Abuelo! ¡Corra abuelo! ¡El cascarudo se lo va a comer!

Con ojos muy abiertos Caucuré vio como empezaron a salir de la boa unos hombres con palos de fuego en sus manos, como los que tenían los que se llevaron a su padre. Corrían hacia el cascarudo. Lo van a matar pensó. Si el cascarudo no se lo come van a matar al abuelo. Ellos siempre matan con esos palos de fuego.
El abrazo por la alegría de estar nuevamente con el abuelo y el forcejeo para sacarlo de la vía, fueron una sola cosa.
- Venga abuelo, corra antes que el cascarudo lo pise o los hombres de la guerra lo maten.
- Quería darte una sorpresa - dijo el abuelo mientras se paraba ayudado por los frágiles bracitos de Caucuré.
- Por acá abuelo, por acá. Corra. El abuelo no corría pero siguió a Caucuré lo más rápido que pudo. Caucuré condujo a su abuelo hasta unos matorrales desde donde podían observar lo que pasaba sin ser vistos.

Allí se sentaron. El abuelo pasó su brazo sobre los hombros de Caucuré y le contó que lo había extrañado mucho. Yo también - se apresuró a decir Caucuré. Volví para que pudieras ver el cascarudo gigante - le confesó el abuelo- Ahí lo tienes.
Ya más tranquilo, Caucuré recostó su cabeza sobre el pecho de Siete Piedras mientras con su mirada trataba de descubrir los dientes de la boa enganchados en el cascarudo.

Un oficial seguido de cinco soldados, se acercó a la cabina de la máquina del tren y preguntó qué pasaba. El maquinista, sacó un pañuelo grasiento del bolsillo trasero de su mameluco y se lo pasó por la frente.
- Nada, nada. Me pareció ver un indio viejo senado en medio de la vía.
- ¿Indios? - preguntó irónico el oficial. - ¿En esta zona? No queda uno después de que los matamos a todos en Salsipuedes. Oiga, no tome más vino y siga rápido que ya llegamos tarde.

El chirrido de las ruedas al comenzar nuevamente el movimiento del tren generó una pregunta en Caicuré: ¿Las boas lloran abuelo?

Santiago Possamay

octubre 2004




Cañita voladora.

Rodeado de sus nietos expectantes e inquietos por el suceso que esperaban presenciar se dirigió al medio de la calle. -¡Córranse, córranse! - Advirtió a los pequeños que le hicieron caso.

Encendió la mecha del cohete la con la brasa del cigarrillo. Su último cigarrillo.

Bailaron pequeñas estrellitas naranjas anunciando un torrente de fuego granulado. El cohete, como si tuviera vida y adivinara su final, se negaba a desprenderse de la mano de Aníbal. Éste extendió su brazo y murmuró – Hacia allá, hacia allá.- indicándole al cohete el cielo. Su reino efímero.
Un seseo se hizo intenso acompañando el nacimiento de un volcán invertido en la mano de Aníbal. El cohete y la mano se separaron. Un chorro de luz estrellada indicó el camino de la nave y la mano de Aníbal quedó extendida en un saludo de despedida al rey de la noche.

El estruendo abrió un abanico de colores que cubrió el cielo y como ramas de un gigantesco sauce llorón, fueron bajando pequeñas lucecitas hasta extinguirse.
Los niños extasiados y aún con la boca abierta después de haber pronunciado una exclamación a coro, parecían hipnotizados. .

Con el pulgar y el índice sosteniendo lo que quedaba de su cigarrillo, Aníbal lo llevó a la boca y aspiró profundamente hasta que sintió la brasa quemar sus dedos. Había hecho la promesa que dejaría de fumar el primer día del año. Promesas son promesas se dijo. Depositó suavemente la colilla en el suelo y dudó un instante antes de apagarla con una pisada.

Se desató una catarata de explosiones silbidos y luces de colores que lo inundó todo. Una de sus nietas buscó el refugio de sus brazos.
- ¿Estás llorando abuelo?
- No, fue una chispita de la cañita voladora
- ¿Cañita qué?

Santiago Possamay, 31 de diciembre de 2006
Mini cuento escrito para los amigos como "postal" de fin de año 2006.