miércoles, 7 de octubre de 2009

Bizcochitos de anís.

Con su caminar de pasos cortitos y pausados, Florencia va y viene por la cocina. Pone recipientes sobre la mesa, quita otros, revuelve en unos, trasiega en otros.
Sonriendo esparce semillas de anís sobre la masa y las mezcla con movimientos suaves y cuidados. El chocolate que ha puesto a calentar atrae su atención con el aroma. Mira encima del aparador al viejo reloj y se apresura. Sus manos se mueven con agilidad mientras repasa mentalmente los rostros y nombres de sus nietos. Resopla cuando se agacha para colocar en el horno la bandeja repleta de bizcochitos. Antes de cerrar los cuenta. Dos veces repasa la cantidad mirando alternativamente los biscochos y los dedos de su mano que extendiéndose de a uno, le van dando certeza de la cantidad.
Con la cuchara comprueba la espesura del chocolate y agrega un poco más de azúcar. Se limpia las manos en el delantal y toma un gran latón que coloca en el living rodeándolo de almohadones. Arrima el sillón hamaca y vuelve a la cocina. Abre apenas la puerta del horno y observa el color que van tomando los biscochitos – Van bien – murmura y se dirige nuevamente hacia el latón para llenarlo de libros. Muy cerca del sillón coloca una vara de mimbre que nunca usó ni usará jamás.

¡Leer o dormir! – sentencia Florencia, después que sus nietos se hartaron de chocolate y bizcochitos de anís. No hay alternativa. Los nietos saben que el precio por el manjar es ese y están dispuestos a pagarlo.
Sentada en su sillón hamaca rodeada de los pequeños cortesanos y con el tesoro a sus pies, disfruta la expectativa. Se inclina y toma el primer libro. Es la señal, a partir de allí las manos entran y salen del latón abarrotadas de libros.
- ¡De a uno, de a uno! - dice Florencia en un inútil intento por evitar algunos forcejeos. Los ojos de los niños se mueven con rapidez intentando descubrir, cuentos y dibujos atractivos.

El bullicio inicial da paso a un murmullo matizado con admiraciones y algún grito de sorpresa. Los más grandecitos leen en silencio, otros deletrean las palabras y los más pequeños van de una ilustración a otra sin parar. Nadie duerme. Florencia satisfecha, comprueba que el dibujo en la tapa de su libro esté derecho, lo abre y finge leer.

Santiago Possamay
23 de abril – Día del Libro 2009


De la historia real:
La madre de Florencia fue secuestrada de África y vendida como esclava en Uruguay cuando no se había abolido la esclavitud en nuestras tierras. Esa mujer notó que quienes la compraron cuando la desembarcaron en territorio Oriental, cuidaban mucho los libros, por lo que ésta intuyó que tenían un valor que no pasaba por el dinero. Le pareció algo mágico que de sus hojas salieran historias tan variadas como las que oía mientras servía a sus amos en algunas tertulias que se hacían en la casa. ¿Cómo era posible que unas hojas con garabatos incompresibles pudieran guardar tanta belleza? Seguramente quien había ideado semejante ingenio era pariente de Dios si no el mismo Dios. Y si así era, los libros, los recipientes donde Dios guardaba historias tan bonitas, debían cuidarse como un tesoro.
Depositó en su hija el legado y un sueño: que algún día la pequeñita que tenía en brazos aprendiera a leer. Cuando Florencia tuvo edad como para ir a la escuela ya no existía la esclavitud, pero por ser hija de esclava no tuvo oportunidad.