domingo, 25 de noviembre de 2012

Elecciones


Don Fernando siempre fue blanco, su padre, su abuelo y su bisabuelo lo fueron. Su abuela y su bisabuela no pudieron serlo porque las mujeres no votaban, “La política es cosa de hombres” les decían; las leyes no las contemplaban como electoras. Su madre si votó aunque él nunca supo a que partido. La única y repetida respuesta ante la pregunta: ¿Que votó máma? era: “La justicia, voté por la justicia m´hijo.”

Al amanecer, ensilló el caballo y salió al trotecito hacia la escuela. Tanteó el bolsillo de su campera para cerciorarse de que llevaba la credencial y la lista. Tanteó el otro, lo abrió y sacó otra lista. Miró para todos lados y detuvo el caballo, bajó y con el viejo facón hizo un hueco en la tierra depositándola allí.

Retomó el camino recordando la vergüenza que sintió en el pueblo cuando pidió “para ver” una lista de tres colores. 

- Es para mi sobrino,  vio, que me pidió que le llevara.

Había improvisado en la ocasión sintiendo rubor debajo de su barba.
Escuchó con atención cuando le explicaron qué era un plebiscito y para qué servía la papeleta rosada  que debía poner junto a la lista de tres colores.

- Bueno, le voy a decir a mi sobrino.

En la escuela se encontró con unos cuantos vecinos, muchos mostrando pañuelos y hasta algún poncho como divisa aunque se cuidaban de que no se asomara del bolsillo la lista de su preferencia. Se formaron ruedas y conversó con amigos de muchas cosas siempre con habilidad para que no se le escapara su predilección política.

En la noche, ya en su rancho, quedó despierto escuchando los resultados en la radio. Oyó con asombro que en la escuela que él había votado, ganaron la lista de tres colores y las papeletas rosadas.

En la madrugada, arrancó una vieja cortina, la ató a un palo y salió para el pueblo enarbolando la improvisada bandera. Cuando la luz del sol iluminó el paisaje dejó ver a Don Fernando muerto tirado en el pasto y el caballo a su lado. De la bandera ni rastros.