lunes, 23 de junio de 2008

Himno.

El coro, guiándose por la música cascada que emitía un viejo pasadiscos, llegó al final de la última estrofa: “Saaabremos cumplir, saaabremos cumplir, sá…”

La sílaba de más impuso su presencia solitaria y los pómulos de Angélica dieron cuenta de su vergüenza.

Maestra joven, casi niña, sin experiencia en actos y fiestas de escuela, desconociendo aún los cuadernos de hojas arrugadas y manchadas de grasa, las moñas desflecadas y túnicas con remiendos de colores, le tocó elegir y dirigir el pequeño coro para ese día. Fue un privilegio otorgado por ser la novel maestra que llegaba con “nuevos bríos”, según su antecesora.

La presencia de un inspector en una escuela de campaña el día de cambio de maestra era todo un acontecimiento que demandaba se engalanara la escuela y se cantara el himno.

Ensayó varias veces escuchando atentamente las voces de los alumnos, eligiendo aquellos que a su entender tenían las voces “más lindas” y no se equivocaban en la letra. En tres días logró quitar “gallos” y tartamudeos pero no pudo evitar el estrago causado por los nervios de los niños el día del acto, ante la presencia de sus padres y el inspector.

El pequeño silencio generado por la sílaba solitaria se rompió con los aplausos. El momento de tensión desapareció.

Después de algunas palabras elogiosas hacia la maestra que se iba y hacia Angélica, por parte del inspector, hubo saludos y abrazos y los alumnos se lanzaron a un recreo espontáneo.
Padres y vecinos entregaron regalos a las maestras. Una gallina, una bolsa con frutas, galletas de campaña, yerba, un conejo, huevos, pasteles, una medallita de San Jorge y hasta flores para poner sobre la mesita que hacía de escritorio en el salón de clase.

Ese desfile de gente pobre que la saludaba y le hablaba casi a los gritos, le anunció a Angélica un futuro de sacrificio, ternura y solidaridad.

A la tardecita, sintiendo aún el abrazo emocionado de la maestra que se había marchado, pasó frente al busto de Artigas y mirándose las manos murmuró: Sabremos cumplir, General… ¡Sá!

Santiago Possamay
Octubre 2007

Lo que mata es la humedad.

Querida Fitia: Te escribo esta carta con la esperanza de que no sea la última. Quiera Dios que haya muchas más entre nosotras.
Anoche me sentí muy mal. Me asusté. Soy consciente de que puedo tener una recaída -al menos el médico me lo advirtió- y no tendría que asustarme por ello, pero lo de anoche fue más de lo esperado. Realmente me sentí morir.
Pero no es por lo de anoche que te escribo sino por todo lo de esta mañana. Me levanté con muchas ganas de vivir. El día amaneció espléndido, primaveral y sentí muchas ganas de ponerme linda. ¿A mi edad? Sí, ¿por qué no? Me puse el vestido azul con flores que tú conoces y me maquillé. Me solté el pelo como una joven de quince años disfrutando frente al espejo y salí. Al llegar al comedor: la gran sorpresa. Conocí a Setembrini. ¿Recuerdas que me hablaste de él cuando leíste “La montaña mágica”? Quizá no, pues han pasado muchos años. Es un hombre muy agradable. Me invitó a tomar el desayuno y tuvimos una larga charla.
Pero ya te hablaré más de él en las próximas cartas, pues quedamos en vernos nuevamente.
Quería contarte que al volver a la habitación, encontré a una enfermera limpiando el piso con un desinfectante de olor asqueroso, el guardarropas abierto sin nada dentro, la cama corrida y sin el colchón dejando al descubierto -¡horror!- una mancha de humedad donde habitualmente estaba el espaldar. Me acordé de tu recomendación: que por mi enfermedad debía cuidarme mucho de la humedad, pues ella era la que me estaba matando. Me asusté. Le pregunté por ello y no me respondió. Más aún: me ignoró. Siguió limpiando como si nada, incluso en un momento nos rozamos al pasar y me pareció que su brazo pasaba por dentro del mío. ¿Qué loco no? El médico y la jefa de enfermeras también me ignoraron por lo que, cuando termine esta carta, voy a la gerencia a preguntar qué es lo que pasa y a qué habitación llevaron mis cosas.
Te dejo hasta la próxima porque acaba de pasar Setembrini hacia el jardín y es como que se borraran las letras y se esfumara el papel. (No te rías) Besos: Delfina.


Santiago Possamay
Setiembre 2007

Mini-cuento II


Durante la dictadura uruguaya (1973 – 1985) miles de detenidos fueron encapuchados y trasladados a los centros de tortura. La capucha se transformó así en uno de los símbolos del terror.
La causticidad de algunos sacerdotes de la iglesia católica, destrozó más almas que las actitudes a las que llaman pecaminosas.


Confesión

La capucha es una noche, padre. El universo invertido. Nos vamos deshaciendo de a poco, muriendo. Con el correr de los días y los golpes el cuerpo desaparece de la conciencia. No hay antes ni después. Nada es seguro, ni aún los propios pensamientos. Se desea la muerte, se pide, se ruega pero no llega. Su presencia dilatada hace más tortuoso el camino. En esa oscuridad no penetra la fe, padre. No hay nada por detrás ni por delante. Deseé la muerte, padre y esa traición a la vida erosiona mi conciencia.

-Reza tres “Avemarías” y tres “Padrenuestros”.

Mini=cuento

Soldados estadounidenses, casi niños, fueron enviados a irak. Ríen, torturan, mastican chiclets,gritan y matan sin imortarles el ser al que destinan sus atrocidades. Recién cuando una explosión les arranca una pierna, un brazo o una bala los hiere gravemente, toman conciencia se su accionar.

Conciencia.

Pasó la mano por su rostro sintiendo una plástica humedad. Miró sus dedos y lo supo. Intentando limpiárselos rozó apenas el uniforme y encontró el hueco caliente. Allí los dejó. El pulgar de la otra mano martilló el arma. Lentamente movió el brazo hasta que la apoyó en la sien.