Supe que no había quedado ciego y que todo era la falta de energía en el módulo cuando reconocí la ventanilla. Puntos luminosos con distintos colores y tamaños se movían en conjunto, lentamente, desde un borde a otro.
Intenté reconocer alguno de ellos. Lo hice como un juego pero en realidad se trataba de la búsqueda desesperada de una referencia astronómica en la inmensidad en la que me movía. ¿Una certeza? ¿Para qué? ¿Cómo podría acercarme o alejarme de un objeto celeste sin la dirección de un centro de control?
Desde que se había apagado todo dentro del módulo, no pude saber cuánto tiempo había transcurrido hasta el instante en que tomé conciencia de la inexistencia de los días y las noches. El tiempo, sin ese eterno comienzo y final, se había transformado en nada. La noción del mismo se me esfumó entre sueños y vigilia.
Me pensaba vivo y muerto. Sentía la angustia de saberme a la deriva por el espacio, flotando en el negro absoluto, en alguna parte del universo que nunca podré precisar.
Mi cabeza se transformó en un campo de batalla entre fantasía y realidad. La imaginación puso en mí ideas descabelladas. Fantaseé con formas de salvarme que al instante anulaba con la razón. Canté y me reí. Alternadamente fui creyente y ateo. Clamé por mi madre y maldije la tecnología. Lloré, lloré mucho.
En esa negrura, mi tacto se transformó en el más confiable de los sentidos. Reforzaba la conciencia de que aún vivía, acariciando los posabrazos o pasando la mano suavemente por los tableros de control.
No sentía hambre. Extrañamente tampoco sentía frío, lo que me hizo pensar que además del sistema que administraba el oxígeno, también funcionaba el de temperatura. Eso me produjo una fugaz alegría.
Escuché el silencio. Allí es su imperio. Sentí que me atrapaba imponiéndome una somnolencia que combatí jugando con los ruidos producidos intencionadamente con la respiración, o verbalizando el pensamiento.
Todo parecía una maléfica pesadilla. Para evadirme de ese portón a la locura, cerraba los ojos e imaginaba textos con mensajes, moviéndose como en una marquesina y proyectados en el aire más allá de mi frente. Eran de colores diversos. Me ilusionaba pensar que ese ejercicio era una transmisión telepática que alguien recibiría en alguna parte del universo.
“¿Hay alguien que capte esto? No puedo recibir. Si alguien toma mi mensaje: Estoy perdido en el espacio”.
Una luz inesperada que alcanzó para definir el rectángulo de vértices redondeados de la ventanilla hizo que pegara mi cara al vidrio tratando de encontrar la procedencia. Nada descubrí. El resplandor fue aumentando su fuerza y logré verme y ver nuevamente el interior de la cabina. Mi corazón se aceleró. Sentí ansiedad. Jugué unos instantes con mis manos como si tuviera la necesidad de comprobar visualmente sus movimientos. Me invadió un estado de euforia. Se había roto la oscuridad.
La luz siguió aumentando hasta enceguecerme. Percibí, o creí sentir en el centro de mi cerebro, un estallido como el de un metal golpeado por un martillo. Al instante, como en los sueños donde las imágenes no tienen consideración por la lógica, me encontré siendo parte de una rueda de adolescentes desnudos y extremadamente delgados.
Me observaban en silencio. Uno de ellos movió sus labios y los sonidos que emitió no los reconocí como palabras. Sin embargo, no sé cómo, comprendí la pregunta:
-¿Qué te sucede?
-Nada -contesté con ruidos palatales y nasales similares a los de la pregunta. No podía entender cómo pude comunicarme. Tenía conciencia de que era un astronauta perdido en el espacio y a la vez esa otra persona en un mundo que desconocía.
Sus cabezas estaban rapadas. Vi más aún: no tenían vello en ninguna parte del cuerpo. Instintivamente me toqué la cabeza y comprobé que tampoco yo tenía pelo. Miré mis manos y las vi jóvenes, sin las arrugas y marcas conocidas.
Por encima de las cabezas de los que formaban el grupo pude ver que estaba rodeado de una maraña de estructuras arquitectónicas como de vidrio, con diversas formas, unidas por puentes y tubos también transparentes por donde se desplazaban sin mover las piernas algunos seres similares a los que me rodeaban.
Una joven miró fijamente a mis ojos y su rostro palideció. Contemplé su cuerpo y quedé deslumbrado por su belleza. Extendió su mano derecha y apoyó suavemente su dedo índice sobre mi frente. Emitió un sonido parecido al silbido de un asmático, provocando que el resto de los jóvenes se acercasen y en abanico posaran sus manos en los hombros de la joven. Sentí rubor y un cosquilleo en el vientre y mis piernas. Luego me invadió el placer. Sentía que deseaba conservar ese estado provocado por el escaso contacto con la joven. Pero al instante, con el mismo misterio que llegué a ese mundo, volví al módulo.
Extrañamente se había restablecido la energía. Todos los controles estaban encendidos y oía la grabación automática que me proponía acciones para comunicarme con la base. Lo demás ya lo conocen ustedes: Me solicitaron que intentara dormir después de reestablecer el programa de mando en la computadora de a bordo. Me enviaron un módulo de acople para el rescate y aquí estoy frente a ustedes.
Ahora, mi urgente deseo, eminentes científicos reunidos por mi caso, es que me expliquen por qué, siendo el astronauta experimentado de 40 años, lanzado al espacio hace tanto tiempo y perdido en él por un error del Centro Espacial, tengo este cuerpo joven y de mujer.
Santiago Possamay – Setiembre 2007
Publicado en el libro anual correspondiente al 2007 del Taller Literario Las Musas.
Intenté reconocer alguno de ellos. Lo hice como un juego pero en realidad se trataba de la búsqueda desesperada de una referencia astronómica en la inmensidad en la que me movía. ¿Una certeza? ¿Para qué? ¿Cómo podría acercarme o alejarme de un objeto celeste sin la dirección de un centro de control?
Desde que se había apagado todo dentro del módulo, no pude saber cuánto tiempo había transcurrido hasta el instante en que tomé conciencia de la inexistencia de los días y las noches. El tiempo, sin ese eterno comienzo y final, se había transformado en nada. La noción del mismo se me esfumó entre sueños y vigilia.
Me pensaba vivo y muerto. Sentía la angustia de saberme a la deriva por el espacio, flotando en el negro absoluto, en alguna parte del universo que nunca podré precisar.
Mi cabeza se transformó en un campo de batalla entre fantasía y realidad. La imaginación puso en mí ideas descabelladas. Fantaseé con formas de salvarme que al instante anulaba con la razón. Canté y me reí. Alternadamente fui creyente y ateo. Clamé por mi madre y maldije la tecnología. Lloré, lloré mucho.
En esa negrura, mi tacto se transformó en el más confiable de los sentidos. Reforzaba la conciencia de que aún vivía, acariciando los posabrazos o pasando la mano suavemente por los tableros de control.
No sentía hambre. Extrañamente tampoco sentía frío, lo que me hizo pensar que además del sistema que administraba el oxígeno, también funcionaba el de temperatura. Eso me produjo una fugaz alegría.
Escuché el silencio. Allí es su imperio. Sentí que me atrapaba imponiéndome una somnolencia que combatí jugando con los ruidos producidos intencionadamente con la respiración, o verbalizando el pensamiento.
Todo parecía una maléfica pesadilla. Para evadirme de ese portón a la locura, cerraba los ojos e imaginaba textos con mensajes, moviéndose como en una marquesina y proyectados en el aire más allá de mi frente. Eran de colores diversos. Me ilusionaba pensar que ese ejercicio era una transmisión telepática que alguien recibiría en alguna parte del universo.
“¿Hay alguien que capte esto? No puedo recibir. Si alguien toma mi mensaje: Estoy perdido en el espacio”.
Una luz inesperada que alcanzó para definir el rectángulo de vértices redondeados de la ventanilla hizo que pegara mi cara al vidrio tratando de encontrar la procedencia. Nada descubrí. El resplandor fue aumentando su fuerza y logré verme y ver nuevamente el interior de la cabina. Mi corazón se aceleró. Sentí ansiedad. Jugué unos instantes con mis manos como si tuviera la necesidad de comprobar visualmente sus movimientos. Me invadió un estado de euforia. Se había roto la oscuridad.
La luz siguió aumentando hasta enceguecerme. Percibí, o creí sentir en el centro de mi cerebro, un estallido como el de un metal golpeado por un martillo. Al instante, como en los sueños donde las imágenes no tienen consideración por la lógica, me encontré siendo parte de una rueda de adolescentes desnudos y extremadamente delgados.
Me observaban en silencio. Uno de ellos movió sus labios y los sonidos que emitió no los reconocí como palabras. Sin embargo, no sé cómo, comprendí la pregunta:
-¿Qué te sucede?
-Nada -contesté con ruidos palatales y nasales similares a los de la pregunta. No podía entender cómo pude comunicarme. Tenía conciencia de que era un astronauta perdido en el espacio y a la vez esa otra persona en un mundo que desconocía.
Sus cabezas estaban rapadas. Vi más aún: no tenían vello en ninguna parte del cuerpo. Instintivamente me toqué la cabeza y comprobé que tampoco yo tenía pelo. Miré mis manos y las vi jóvenes, sin las arrugas y marcas conocidas.
Por encima de las cabezas de los que formaban el grupo pude ver que estaba rodeado de una maraña de estructuras arquitectónicas como de vidrio, con diversas formas, unidas por puentes y tubos también transparentes por donde se desplazaban sin mover las piernas algunos seres similares a los que me rodeaban.
Una joven miró fijamente a mis ojos y su rostro palideció. Contemplé su cuerpo y quedé deslumbrado por su belleza. Extendió su mano derecha y apoyó suavemente su dedo índice sobre mi frente. Emitió un sonido parecido al silbido de un asmático, provocando que el resto de los jóvenes se acercasen y en abanico posaran sus manos en los hombros de la joven. Sentí rubor y un cosquilleo en el vientre y mis piernas. Luego me invadió el placer. Sentía que deseaba conservar ese estado provocado por el escaso contacto con la joven. Pero al instante, con el mismo misterio que llegué a ese mundo, volví al módulo.
Extrañamente se había restablecido la energía. Todos los controles estaban encendidos y oía la grabación automática que me proponía acciones para comunicarme con la base. Lo demás ya lo conocen ustedes: Me solicitaron que intentara dormir después de reestablecer el programa de mando en la computadora de a bordo. Me enviaron un módulo de acople para el rescate y aquí estoy frente a ustedes.
Ahora, mi urgente deseo, eminentes científicos reunidos por mi caso, es que me expliquen por qué, siendo el astronauta experimentado de 40 años, lanzado al espacio hace tanto tiempo y perdido en él por un error del Centro Espacial, tengo este cuerpo joven y de mujer.
Santiago Possamay – Setiembre 2007
Publicado en el libro anual correspondiente al 2007 del Taller Literario Las Musas.
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