miércoles, 21 de marzo de 2012

Mónica

Cuando lo único cálido que queda aquí en el sur es la mesa de madera que está en el comedor, Mónica se va a París. Todos los inviernos Mónica se va a París. Dice que lo hace para vivir siempre en verano pero yo creo que es otra cosa.

Una vieja historia cuenta que José de Arimatea es inmortal y se le ve de tanto en tanto caminando por la avenida Los Campos Elíseos con una copa en la mano, ofreciéndola azarosamente a los paseantes, La gente lo toma por loco rechazando el trago de vino que, según palabras del ofertante, es del el mismo que bebió Cristo en la última cena.
A los pocos que le escuchan, afirma que fue en su casa donde se realizó la reunión con los apóstoles y que, sobrando unos cuantos litros del vino que saborearon, salió a repartirlos entre todos los que quisieran. Viendo que misteriosamente la tinaja siempre tenía la misma cantidad y que nunca se agotaba, decidió ir a otros pueblos a repartir. Cargó la tinaja en un burro y tomó por caminos desconocidos. Cuenta la leyenda que la mayoría de los compositores de música, escritores y pintores famosos de distintas épocas han podido comprobar el insuperable sabor y las mágicas cualidades que posee. Afirman que las mejores obras las han realizado después de saborearlo. Algunos que dicen ser más observadores, afirman que tienen la certeza de que la copa en que José de Arimatea ofrece el vino es la misma en que bebió Cristo.

Cuando llega nuevamente el verano a la mesa del comedor, Mónica apoya sus manos con el cuento que ha escrito en el norte y se apronta a leer. Sus ojos chispeantes, una pequeña sonrisa y el volumen de hojas escritas delata que en París ha bebido del Santo Grial.

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